miércoles, 10 de agosto de 2011

EL SER DE LA DIFERENCIA.


El ser de la diferencia es un escrito creado en relación a los planteamientos expuestos en el texto denominado La Mujer de la Ilusión,  escrito por Ana  María Fernández. A través de este ensayo pretendo realizar una aproximación a la definición de la mujer, un acercamiento a lo que puede significar ser mujer. Este texto recopila algo de lo que ha sido el proceso de transformación que ha sufrido la mujer a lo largo de la historia, además intentar dar cuenta de cómo la mujer ha sido victima de una serie de eventos  en los que nunca decidió voluntariamente participar, y como, las consecuencias de esta  inclusión forzada la han despojado de su propia identidad, la mujer  se ha hecho acreedora  por omisión de su propio victimario.

La noción que existe de la mujer es el resultado de una construcción que tiene lugar a partir del reconocimiento de las  características particulares de su ser biológico, la ausencia de genitales exteriores da lugar a una definición absurda, un tanto ridícula, que parte de un imaginario  histórica y  socialmente aceptado, que reconoce e identifica a la mujer a partir de la imagen  defectuosa del hombre, la mujer es concebida como la representación de un hombre no acabado, limitado, incompleto, castigado, imperfecto e inferior;  la mujer es tanto como la reunión de los defectos y las falencias del hombre. A partir de esta serie de ideas, de imaginarios y de mitos absurdos e increíblemente aceptados, ha tenido lugar la creación de pactos y contratos que determinan la relación entre hombres y mujeres, una  relación que da por hecho la enorme inferioridad de la mujer, una desigualdad que encuentra origen y justificación  en la diferencia biológica.

Los acuerdos y pactos, consientes e inconscientes,  que se establecen entre hombres y mujeres a partir de la premisa anteriormente expuesta, que entiende la discriminación como un proceso inherente a la naturaleza de la mujer, están en la base de la construcción de la dinámicas relacionales entre hombres y mujeres, y es a partir de la creación de estos acuerdos que son establecidas las normas que rigen la conducta de la sociedad. Es innegable entonces el grado de influencia que este tipo de  contratos ha tenido en la consolidación de los patrones de comportamiento, en los tipos de relación que pueda tener lugar entre pares y  en la construcción de la subjetividad de la mujer.  La figura femenina en medio de la discriminación a la que ha sido sometida,  gracias al establecimiento de una serie de contratos absurdos, ha terminado por validar su posición de inferioridad, ha terminado por aceptarse incapaz, inútil e incompleta  y  todo por que a través de la interacción con el otro no le fue permitido reconocerse a si misma como individuo.  

Las dinámicas sociales determinan en gran medida los procesos de construcción subjetiva de cada quien, como es apenas lógico la marcada discriminación hacia la mujer determinó la formación de una representación  reducida, denigrada  y aislada de sí misma. Por suerte hacia los años cincuenta,  las relaciones entre género, sufren  importantes modificaciones, que son en esencia el resultado de  un proceso de modificación de la subjetividad femenina en busca de la emancipación. Surge una importante modificación en los roles, las  creencias, los hábitos y las relaciones de poder que determinaron la superioridad de los hombres respecto a las mujeres durante muchos siglos, se origina  un cambio en el sentido y el significado, las mujeres se reconocen a si mismas y a los demás de forma diferente, entonces se ven en la necesidad de modificar los acuerdos y los pactos que históricamente habían celebrado con los hombres. Cambia de esta forma, la creencia de que la jerarquización social es el proceso que da cuenta de la existencia de la diferencia entre los sexos, cambia el orden de prioridades para la mujer,  la mujer consigue liberase en gran medida  del yugo de la dependencia, elige libremente lo que desea ser y hacer, en sí deja de ser para los demás y empieza a construirse para si misma. La mujer ha tenido que exigir cansada de la discriminación el reconocimiento de su diferencia como muestra de igualdad, este proceso ha implicado una gran lucha que ha tenido lugar frente a grandes resistencias y enfrentamiento.

Si bien tras la revolución la mujer pudo acceder a un mayor número de posibilidades en múltiples áreas, aun  sigue siendo  sometida a una serie de situaciones que limitan su participación en las dinámicas sociales, la dificultad para el acceso a recursos, bienes y servicios, la dependencia económica,  la desigualdad respecto al ejercicio de su sexualidad, las limitaciones en relación con el dominio de su propio cuerpo,  la obligación de ser mamá y la responsabilidad en la educación de los hijos, son algunas situaciones que pese a los cambios,  se siguen  presentando, solo que ahora, las formas de subordinación se han camuflado, están presentes, solo que se manifiestan de forma diferente. La sociedad no se resigna a permitir a la mujer ocupar un lugar propio, si bien ha abierto espacios para que ella explore sus facultades, se rehúsa a romper con los imaginarios y con las representaciones erróneas que la definen, la sociedad facilita de alguna manera las herramientas, pero su concepción y su forma de ver a la mujer sigue siendo la misma, solo que ahora resulta ser menos evidente. La mujer ha ganado libertad pero no ha conseguido obtener igualdad.

La mujer requiere adquirir igualdad, no en términos de características, ni de espacios, sino en relación con la adquisición de autonomía. Para poder alcanzar dicha autonomía, es necesario propiciar la  ruptura de los imaginarios del inconciente colectivo para romper de raíz con  los procesos de discriminación, desigualdad e injusticia. La mujer debe poder identificar y establecer que es lo que la hace diferente de los demás a través de la mirada del otro, pero esto solo se puede lograr si ese otro  parte de un principio de diferencia simétrica, y si además esta libre de prejuicios, de ideas y  de significaciones  irracionales de  discriminación, desigualdad e inferioridad.  

La problemática de desigualdad que ha rodeado a la mujer desde los albores de la humanidad se sigue  presentando y da cuenta de la existencia real de un sentimiento de inferioridad que no parece reducirse, en si, la problemática que envuelva a la mujer,  es una  manifestaciones propias de la falta de afirmación de la mujer como sujeto, y  se fundamentan en una serie de imaginarios colectivos,  que representan una cantidad de interrogantes, que ejercen una inmensa presión sobre la subjetividad de quienes somos mujeres y que últimas impiden que seamos lo que queremos ser en realidad, no somos mujeres, somos una representación, somos una figura que surge en respuesta a  las necesidades de una construcción a la que denominamos sociedad. Ser mujer debe ser una elección, no debe ser una categoría conceptual impuesta, definida previamente como se hace con un cargo dentro de una empresa, me debo reconocer en el otro como mujer, no por mis obligaciones, no por mis limitaciones, no por mi exclusión  y no por mi carencias, debe reconocerme en el otro como mujer en tanto soy diferente, en cuanto poseo características diferentes, que me hacen libre.

Referencias: Fernández, A (1993).La mujer de la ilusión. Pactos y contratos entre hombres y mujeres. Argentina: Paidos Pp13-57.