viernes, 5 de agosto de 2011

Bioética, Eutanasia & psicología.

 Bioética, Eutanasia y Psicología

           
“… A nadie daré una droga mortal aun cuando me sea solicitada, ni daré consejo con este fin. De la misma manera, no daré a ninguna mujer pesarios abortivos. Pasare mi vida y ejerceré mi arte en la inocencia y en la pureza”.                                                                      
Juramento Hipocrático

La bioética es definida como  el estudio de las ciencias de la vida y de la salud, examinada a la luz de los valores y de los principios morales; las cuestiones de las que se ocupa son muy diversas; sin embargo, en el fondo, todas ellas nos remiten a una serie situaciones particulares que conciernen a todos en tanto somos seres humanos (Luna & Salles, 1998). El derecho a morir, a través de la práctica del denominado suicidio asistido o eutanasia, es uno de estos dilemas morales que obliga al  hombre a enfrentar su propia naturaleza y todas las contradicciones que este hecho desencadena. Este escrito tiene como objetivo tratar de establecer relación entre la bioética, la eutanasia y sus implicaciones para la psicología, partiendo desde lo que significa ser humano y vinculando este significado con el concepto y finalidad de la eutanasia y la visón que se tienen de este concepto desde perspectivas opuestas.

De acuerdo con los planteamientos de Maturana (1996), el hecho de que el hombre nazca como un ser vivo con características de tipo biológico en desarrollo, no lo convierte necesariamente en ser humano, el proceso de humanización surge de la vida de relación e interacción con el otro, y es determinado por las condiciones culturales que le proporcione la sociedad a la que pertenece, por lo tanto, no puede ser reducido a proceso
de evolución biológica.  Desde esta perspectiva, es válido cuestionar, qué sentido de ser humano existe en un organismo cuya condición biológica se encuentra altamente deteriorada, hasta el punto que imposibilita la satisfacción de necesidades físicas y psicológicas básicas. El sujeto, debido a su estado orgánico, debe soportar un sin numero de dolencias, padecimientos y limitaciones físicas, que repercuten  en el mantenimiento de sus funciones psicológicas: el individuo pierde el control de su cuerpo, de sus emociones, de sus sentimientos, de sus pensamientos, de sus creencias, y de sus actos, depende de otras personas y de algunas herramientas tecnológicas para compensar funciones corporales primarias, se hace imposible toda alternativa de comunicación y de interacción con el medio circundante, le es imposible tomar decisiones y manifestar su voluntad, el sujeto pierde completamente su autonomía; su identidad se ve indiscutiblemente deteriorada cuando su cuerpo deja de ser el representante simbólico de conflictos y de formas de relación y se convierte en un elemento al que un extraño y/o conocido puede tener acceso de manera invasiva, su cuerpo deja de pertenecerle (Núñez & Cols, 2002). 

¿Puede considerarse entonces, qué es adecuado alargar el proceso inevitable de muerte de un ser vivo que se encuentra limitado en su proceso biológico, que es víctima de una condición en salud deplorable, con pocas o ninguna posibilidad de recuperación adecuada, que no cuenta con ninguna de las estructuras psicológicas que le permitan ser humano, a quien los indicadores acerca de calidad, nivel, condiciones, medios y relaciones de vida manifiestan que ninguna de sus necesidades –axiológicas y/o ontológicas- pueden ser satisfechas adecuadamente?
La respuesta a este interrogante puede ser evaluada desde diversas perspectivas, para el caso del presente ensayo serán tenidas en cuenta, la posición de la iglesia católica y la visión de la Fundación Pro Derecho a Morir Dignamente. La Iglesia Católica, mantiene una posición de rechazo bastante radical frente a la eutanasia, afirma que es un crimen contra la vida humana y la ley divina, asegura que jamás debe ser  permitido matar a un paciente, ni siquiera para no verlo sufrir o no ocasionarle sufrimiento. Ni el paciente, ni los médicos,  ni el personal sanitario, ni los familiares tienen la facultad de decidir o provocar la muerte de una persona; consideran que no es lícito renunciar a cuidados o tratamientos disponibles, cuando se saben que resultan eficaces, aunque sea sólo parcialmente, además, sostiene que el Estado no puede atribuirse el derecho de legalizar la eutanasia, pues la vida es un bien que prevalece sobre el poder mismo (Orlandis, 1998).
           
Para la Fundación Pro Derecho a Morir Dignamente, la eutanasia significa buena muerte o bien morir, pero también implica, paradójicamente, acercarse a la vida, a la vida vivida de manera adecuada, a la vida llevaba bajo la condición verdadera de lo humano; esta concepción se asemeja bastante a la planeada por Humberto Maturana -anteriormente expuesta-, lo que caracteriza al ser humano no es la vida biológica,   al hombre le singulariza, le forma y le define la vida humana,  que es la vida intelectiva y la vida de relación; cuando se plantea la eutanasia como una alternativa de vida, se hace en defensa del ser razonable, emocional, social y cultural, no en defensa del estado vegetativo, que no es un tipo de vida humana. Permitir la muerte es reconocer que la vida humana tiene un fin, es una forma para hacer más digno al ser humano y de reconocer la vulnerabilidad de la existencia. La eutanasia es la respuesta a la degradación de la enfermedad irreversible, es la posibilidad de ofrecer la posibilidad de morir de manera digna, libre, tranquila y aceptada (De Villena, 1995).
Abordar un tema que tiene implicaciones éticas y/o morales es complicado en tanto resulta casi imposible separar la experiencia personal,  de la situación en cuestión, más sin embargo, considero que el derecho a morir dignamente proporciona mayor calidad humana en la prestación del servicio médico y, facilita la disminución del sufrimiento del paciente y de su entorno familiar. Más sin embargo, considero que la dificultad para adoptar las estrategias de muerte asistida, está directamente relacionadas con la cultura y el sistema de creencias; no somos educados para aceptar la muerte como un proceso inherente al ciclo vital, creemos que de alguna manera nosotros y nuestros seres queridos somos “inmortales” y no estamos preparados para aceptar esta situación con realismo y tranquilidad.  El asumir  una posición tan trascendental como esta, es aún más difícil, para quienes tienen profundas creencias religiosas, ya que parten del supuesto de que el hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios y por tanto este ser superior es el único capaz de poner fin a la existencia del hombre. Como opinión personal me gustaría agregar que cada persona debe tener derecho a dirigir su vida hasta el final y a decidir en cualquier momento lo que más le conviene, la petición de la eutanasia es una decisión íntima que depende del concepto de vida que tenga cada quien, por tanto, el paciente es el único que debe decidir sobre la interrupción o prolongación de su vida, en el caso de que se encuentre en condiciones para hacerlo, pero para ello debe estar correctamente informado de su estado de salud y de las posibles alternativas.

Referencias
De Villena, L. (1995). Antibábaros. Sevilla, España: Renacimiento. Pp. 23.
Luna, F. & Salles, A. (1998).  Bioética: Investigación, muerte, procreación y otras           cuestiones. Buenos aires, Argentina: sudamericana.

Maturana, H. (1996). El sentido de lo humano. Chile: Dolmen. Pp. 141-145.
Núñez, L., Rodríguez, C., Galvis, C., Arias, G., Sáenz, M., Ovalle, C. (2002). Ensayos en          bioética: Una experiencia colombiana. Bogotá, Colombia: Ediciones El Bosque.

Orlandis, J. (1998). La Iglesia Católica en la segunda mitad del siglo XX.  Madrid, España: Editorial palabra.